Por Ernesto Montero Acuña
Sensemayá, la culebra.
Nicolás Guillén es síntesis de cubanía.
Camagüey ocupa el territorio en otro tiempo limítrofe
entre las que devinieron provincias de Oriente, al este, y de Las Villas, al
oeste, o entre la Capitanía General de La Habana y el prominente centro histórico y urbano de
Santiago de Cuba, primera capital del país desde su fundación en 1515 y hasta 1556.
Más que la dimensión geográfica, lo anterior caracteriza
un hecho que no es de segundo orden en la historia cubana: la correlación entre
negros y blancos en el país, entre esclavos y esclavistas, entre dominantes y
dominados.
Desde 1492 hasta 1870 se introdujo en la
isla a cerca de 702 mil negros africanos. Unos 130 mil había en 1800 entre una población
total de 350 mil habitantes. En 1848 ya eran alrededor de 400 mil, esclavos. Cuando se decretó
la abolición de la esclavitud, en 1886, el 17,2 por ciento de la población estaba
integrada por mulatos y el 14,9 por negros, según estadísticas de 1899. Las
proporciones eran más acentuadas hacia la región oriental y decrecientes hacia
la central.
Aquel fue el contexto vital y cultural de Guillén.
Camagüey tenía una cifra intermedia, entre el
mayor porcentaje oriental y el menor del centro. A la antigua Santa María del
Puerto del Príncipe, cuya fundación se sitúa en el 2 de febrero de 1514, se le
atribuye también una mayor mulatez y una ilustración relativamente acentuada.
Nicolás Guillén, camagüeyano, como se sabe, consideraba influyente en las
características locales el porcentaje de inmigrantes castellanos asentados en
este territorio, de extensas llanuras como Castilla. Durante la infancia y la
juventud del poeta se encontraba extendido el arcaico voseo, de modo que eran
parte del habla cotidiana y popular las frases “a dónde vo vai”, “de dónde vo
venii”, “qué vo creei” y otras semejantes, por las castizas “vos vais, venís,
creeis”.
Muy diferente era el estado de la ciudad de
La Habana, capital metropolitana del país y territorio más cosmopolita y muy
diferenciado en lo que a tenencia de esclavos se refería. En más alto
porcentaje, estos eran empleados en labores domésticas, con una influencia intelectual
más “pulida” que los del resto del país.
Características demográficas y contexto
histórico originan en su momento a un Nicolás Guillén que, nacido en el
Camagüey más mulato que negro, sintetiza una poesía nacional que, con raíces y
origen indudablemente cubanos, se torna cosmopolita hacia el primer tercio de
aquel siglo republicano, con Motivos de Son, en 1930, si bien con antecedentes
en Cerebro y Corazón y en Al margen de mis libros de estudio.
Nacido el 10 de julio de 1902, el que con los
años es reconocido como Poeta Nacional, había venido al mundo apenas 16 años
después de la abolición de la esclavitud, a 38 años del inicio de la primera
guerra de independencia proclamada por Carlos Manuel de Céspedes –quien había
otorgado simultáneamente la libertad a sus esclavos- y en coincidencia con el
advenimiento de Cuba a una pseudo independencia, a una república sin verdadera
autonomía y a una imposible igualdad racial y ciudadana.
Nadie podrá negar nunca que en Cuba el negro
era discriminado como tal por buena parte de sus compatriotas blancos, ricos o
pobres, y también por su condición de clase, que generalmente lo sumía en la
más precaria de las pobrezas y en la más absoluta de las discriminaciones.
A Guillén le tocó, sin embargo, vivir bajo el
influjo de patriotas e insignes intelectuales mulatos y negros a los que, sin
duda, admiraba en enorme magnitud, como Juan Gualberto Gómez, de quien se
observa una gran influencia en su estilo periodístico y en su ideario patriótico,
como también se le percibe identificado con Ignacio Agramonte, José Martí y
Carlos Manuel de Céspedes.
Sobre estas raíces, se erigen las ideas del
socialismo triunfantes en la Rusia de 1917, con rápida influencia en la
ejecutoria política de intelectuales, revolucionarios e independentistas
cubanos que fundaron el primer partido marxista en Cuba, en 1925, entre cuyas
figuras generatrices se encontraban Julio Antonio Mella, joven dirigente
estudiantil, y Carlos Baliño, allegado de José Martí en ideario y en
ejecutoria.
En ningún sentido se han forzado los hechos
para mostrar cómo Nicolás Guillén adviene al mundo y se desarrolla, desde su
Camagüey natal, hasta el contexto político e ideológico universal más
progresista de su época, en un medio histórico e intelectual en el cual su sensibilidad poética de mulato
cubano alumbra una poesía de valores literarios clásicos, que refleja a negros
y blancos -más bien mulatos enajenados- en su verdadera dimensión y en su perspectiva
cívica e intelectual.
Su poesía llega a ser reflejo, no de negros,
no de blancos, ni de mulatos siquiera, sino de lo cubano.
Sobre esto habrá que continuar investigando y
aportando precisiones, en lo que insistentemente se tendrá que hurgar en la
historia. Un análisis publicado por Pedro Cobas, en Cubarte el 19 de diciembre
de 2006, contribuye a contextualizar, sintéticamente. Escribe: “América sufrió
casi medio milenio de esclavitud negra moderna cuya base fue la explotación de
la fuerza de trabajo proveniente de África Subsahariana y también de sus
descendientes. No obstante, en varias regiones americanas aún había población
aborigen que fueron tildados o racializados peyorativamente como “indios”.
España, Portugal, Inglaterra y Francia fueron los colonizadores iniciales; y estuvieron
involucrados en el comercio de africanos conocido como Trata Negrera”.
A lo que añade: “Cada estado nacional europeo
–en función expansiva– intentó moldear a su imagen y semejanza las sociedades
coloniales que fundaron a lo largo del Continente que entonces denominaban
Nuevo Mundo o Las Indias Occidentales. Inglaterra y Francia tuvieron una
prosperidad socioeconómica que, a principios del siglo XIX, permitió primero a
los ingleses entender la necesidad de abolir la esclavitud e, inclusive, la trata
(negocio controlado por ellos desde el siglo XVIII). Los franceses se tomaron
su tiempo para hacerlo. Pero los españoles –pese a las presiones inglesas– se
tardaron más en decidirse”.
Como ya apunté en mis consideraciones, en
Cuba fue abolida esta abominable institución en 1886, mientras que en Estados
Unidos (ex colonia inglesa) y Brasil (ex colonia portuguesa) no fue suprimida,
respectivamente, hasta los años 1865 y 1888.
“En el siglo XX americano había quedado atrás
el régimen de esclavitud moderna como institución colonial; pero aún subsistían
los efectos del colonialismo en la mentalidad y en los modos de hacer”, añade
Cobas. “El racismo era uno de ellos. Antes, el esclavo nunca fue visto como
persona y por eso era tratado como un objeto. Entonces, venderles una carta de
manumisión a algunos; y después abolir a perpetuidad la esclavitud no solo
significaba otorgarles la libertad jurídica sino también implicaba darles
cabida a tales sujetos en una sociedad eurocéntrica, estratificada y excluyente
por antonomasia. Por tanto, el sujeto afrodescendiente estuvo obligado a asumir
el reto de insertarse en ella bajo condiciones desventajosas”.
Según su análisis, “cada nación de América
tiene sus características particulares; y para ejemplificar con casos paradigmáticos
urge citar a Brasil, Cuba y Estados Unidos donde los intelectuales no blancos
tuvieron una postura crítica e irreverente ante la discriminación racial; y,
además, diseñaron estrategias acerca de cómo defender sus derechos civiles ya
fuera por sus propios medios; o logrando acciones afirmativas del Estado. Aquí
deben ser destacados los norteamericanos William Du Bois, Anna Julia Cooper,
Langston Hughes y Booker T. Washington; el jamaicano Marcus Garvey; el haitiano
Anténor Firmin, los cubanos Rafael Serra, Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa
Delgado, Evaristo Estenoz, Ramón Vasconcelos, Nicolás Guillén y Gustavo Urrutia”.
En síntesis, con su singularidad, Guillén se
inserta en un contexto histórico, geográfico,
social y cultural muy bien definible, en el cual dos acontecimientos
bélicos más marcan su infancia y adolescencia de poeta. Uno fue la protesta armada del Partido Independiente
de Color, a propósito de la lucha antirracista en Cuba, el 20 de mayo de 1912.
Otro, la guerrita que sostuvieron
liberales y conservadores en 1917, como consecuencia de la cual murió su padre,
Nicolás Guillén Urra, durante el asalto a la finca en la cual se encontraba
enfermo, en la campiña camagüeyana.
En cuanto a lo primero, la Profesora Bárbara Danzie León, Investigadora
del Archivo Nacional de Cuba, publicó el 8 de marzo de 2011, un valioso estudio: “Mientras
el gobierno de Cuba y representantes de los diferentes partidos y tendencias
políticas de la Isla”, asegura, “se
aprestaban a brindar por el 10mo Aniversario de la instauración de la 1ra
República –establecida bajo la presidencia de Don Tomás Estrada Palma– y el fin
de la intervención norteamericana, dando vítores al “Sol de la Libertad”, una
parte importante de la llamada raza “de color”, se disponía a ejecutar una
acción de protesta, a un altísimo costo en vidas para la familia cubana, que
dejaría en evidencia, la desventajosa situación en que se mantuvieron los
negros en la naciente República de 1902, concebida por Martí y Maceo ‘con todos
y para el bien de todos’”.
Argumenta al respecto: “El 20 de mayo de 1912
era la fecha escogida para alzar la frente al sol y exigir el cumplimento de
derechos constitucionales. Este, marcaría un hito en la historia de las luchas
de los negros cubanos por sus derechos civiles en los albores del siglo XX. Se
iniciaba la protesta armada del Partido Independiente de Color, con la que se
puso fin a la existencia de esta Agrupación, surgida en 1908, para iniciar una
contienda política reivindicatoria.
“Reconocido también como el alzamiento del
12, el hecho se desató bajo el influjo revolucionario de un grupo importante de
veteranos del disuelto Ejército Libertador, la mayoría negros, miembros o
simplemente adeptos al Partido Independiente de Color, con el objetivo preciso
de presionar al gobierno para derogar la Ley Morúa que los imposibilitaba a
participar como organización política en el proceso electivo del país.
“La protesta armada se identifica
erróneamente muchas veces, a nivel popular como un movimiento racista que se
inició en la región oriental del país y fue drásticamente sofocado en julio de
1912. Con frecuencia se confunden también los acontecimientos ocurridos entre
mayo y julio de 1912, con el activismo político desarrollado por los líderes
del PIC y apoyado por miles de miembros (1), durante los cuatro años de su
existencia como Agrupación (2)”.
Sobre lo cual abunda: “de igual modo se
entremezclan los objetivos que sostuvieron en uno u otro momento de su accionar
y aunque se han escrito importantes trabajos sobre la existencia del PIC, los
detalles del hecho, las diferencias entre uno y otro momento de su existencia y
sobre todo su significado para la historia de nuestro país, merecen ser
potenciados, más allá del estrecho marco académico, por su trascendencia social
en la lucha contra el racismo. A la vez es necesario evitar que se categorice
como un “movimiento racista” lo que en realidad fue un movimiento surgido por
móviles raciales e impedir que se identifique como un “alzamiento racista” lo
que fue una protesta con el objetivo de lograr la legalización de su existencia
para cumplimentar sus propósitos”.
Era de
reconocimiento universal, según otras fuentes, que “el negro, en Cuba, no sólo
era esclavo, sino que, aun siendo libre, se le hacía vivir fuera de la sociedad
y en una atmósfera de vilipendio, generadora de odios y venganzas. En todo y
siempre se marcaba el desprecio en que se les tenía, la injusticia con que se
les trataba. Ni en el presidio se equiparaba a los hombres en la categoría
común de delincuentes. Los presidiarios blancos se distinguían de los negros en
las listas en que los últimos figuraban con el nombre a secas y los primeros
con el don que los calificaba. Todo blanco tenía derecho al don en la sociedad
de Cuba; ningún negro lo tenía”.
Nada lo explica mejor que alguna estrofa de la
guilleneana elegía El apellido, del año 1951, por las desgarradoras
incertidumbres que trasunta:
¡El apellido,
entonces!
¿Sabéis mi otro
apellido, el que me viene
de aquella tierra
enorme, el apellido
sangriento y
capturado, que pasó sobre el mar
entre cadenas, que
pasó entre cadenas sobre el mar?
¡Ah, no podéis
recordarlo!
Lo habéis disuelto
en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a
un pobre negro indefenso.
Se trata solo de una breve referencia para
mostrar la gran magnitud de la injusticia humana e histórica.
Guillén es así tan hijo de su época, de su
medio y de su historia como debería ser padre -meta difícil, es cierto- de las
futuras generaciones de intelectuales cubanos, no para imitarlo, sino para
sintetizar los verdaderos valores de la cultura y del hombre y la mujer cubanos
que engendrarán y alumbrarán la cultura del futuro nacional, bajo el precepto
martiano de injertar en nuestra América el mundo, pero con raíces de nuestra
América, las del nuevo apellido conquistado y la vigencia imperecedera.
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