Con demasiada premura se escribe categóricamente sobre la extinción del Sol y el fin del hombre, consecuencias que se auguran inevitables en el tiempo. Pero la codicia puede provocar, por otras causas, ese final antes del límite milenario pronosticado.

Según la ciencia, el planeta gira y se desplaza en el espacio desde hace unos cinco mil millones de años y propicia nuestra existencia en condiciones excepcionales, tal vez como únicos habitantes superiores en el universo.

Se estima que el Sol se encuentra en la mitad de su vida, pues en otros cinco mil millones de años terminaría sus reacciones internas, se agrandaría y se convertiría en una gigante roja.

Acabaría así por absorber a los planetas internos de nuestro Sistema Solar, con las consecuencias presuponibles. Para la mayor parte de la comunidad científica la vida en la Tierra dejará de existir y, posiblemente, el planeta mismo sea destruido.

El físico teórico Stephen Hawking, uno de los más grandes divulgadores y teóricos de los agujeros negros, recién declaró que en 200 años, algo menos que la vida máxima alcanzable por tres generaciones, los humanos deberíamos buscar nuevos asentamientos en el espacio exterior.

Opina que la vida sería imposible en un mundo en caos.

No deberíamos otear demasiado hacia la distancia de los cinco mil millones de años, sino hacia las medidas que eviten, según Hawking, “una catástrofe en el planeta Tierra en los cien próximos años, sin hablar de los próximos mil años o los próximos millones”.

Como otros, vislumbra grandes peligros para la raza humana, pues la sobrevivencia, en muchos casos, ha sido solo cuestión de suerte, como cuando la crisis de los misiles en Cuba pudo provocar una confrontación nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, lo que en gran medida fue evitado por la firmeza de los cubanos.

Considera que estos peligros podrían aumentar en el futuro y que se debería tener mejor criterio para superarlos, aunque se muestra optimista acerca de los días venideros para el ser humano.

Pero se requiere que la acción depredadora, mediante el daño al medio ambiente o entre congéneres, no impida ese futuro posible que permita a los humanos disfrutar, por otros cinco mil millones de años al menos, la bella naturaleza de la Tierra y compartirla.