lunes, 16 de abril de 2012

Tocororo: Adorno de la naturaleza


 



Por Ernesto Montero Acuña
Foto: Yamilé Luguera


Buscar visualmente entre las oscuras ramas de árboles altos y frondosos puede tornarse infructuoso durante varios días, si lo que se persigue es encontrar un sonido con el cual uno no está familiarizado y, mucho menos, si se produce en un paraje poco conocido.
En Topes de Collantes, a 20 kilómetros de la surcentral ciudad cubana de Trinidad, puede sorprender al inicio la onomatopeya o canto de un ave, a la cual no se descubre fácilmente, quizás por la altura y la densidad de la floresta o por la ignorancia sobre cómo lograrlo.

También a lo lejos, hacia otras áreas boscosas, se escuchan sonidos semejantes, pero imprecisables. Durante varios días se repite el hecho, hasta cuando se logra descubrir al tocororo, Ave Nacional de Cuba, difícil de encontrar en otros parajes donde la expansión urbana limite a la fauna autóctona.
Se pueden hallar, sin embargo,  datos y descripciones más o menos acertadas acerca de este pajarillo de modesta envergadura, aunque de gran trascendencia. El Priotelus temnurus, según la clasificación, es una especie endémica de Cuba, donde figura como la más bella de sus aves, aunque existen otras muy hermosas.
En vistosidad compite con la cotorra, el carpintero real, el mariposo, el azulejo y otras, de sencilla belleza cromática todas, a pesar de que la urbanización las relega mayoritariamente hacia las áreas protegidas del interior del país, aunque existe una sólida política para la preservación.
Los datos sobre el tocororo pueden figurar en diversos sitios y documentos, pero la singular emoción que provoca, no.


Pertenece a la familia del quetzal, Ave Nacional de Guatemala, y tiene como él un plumaje hermoso, característico de la familia tropical Trogonidae. Según la blibiografía ornitológica, su nombre genérico Priotelus significa en latín aserrado y el específico temnurus equivale a desdeñoso.
Generalmente se le denomina tocororo, aunque suele conocérsele también como tocoloro -así le nombran en muchos sitios los campesinos- y en el Oriente de Cuba se le identifica mediante el vocablo taíno guatiní.
Existe en la Isla de la Juventud -antes Isla de Pinos-, al suroeste de La Habana, y en los cayos Guanaja y Sabinal, de Jardines del Rey, en el Archipiélago Sabana-Camagüey. Todos son sitios de gran interés ecológico y a la vez turístico, los últimos situados en varias provincias centrales.
También se le descubre en otros bosques del país, sobre todo en los similares a Topes de Collantes. Sin embargo, no es fácil, pues apenas alcanza las cuatro decenas de centímetros de envergadura y algunos menos de altura. Posee una cola prolongada, a la cual se ha solido identificar como terminada en cruz, aunque es aserrada.
Sus colores son azul-violáceo en la parte superior de la cabeza y la nuca, verde oscuro iridiscente en la espalda y la rabadilla, blanco-grisáceo en la garganta y el pecho, y rojo en el vientre y la base de la cola adyacente. Casi siempre los machos presentan pecho blanco y vientre rojo, aunque en las hembras son rojos los dos.
Las alas y la cola muestran patrones abigarrados, con porciones azul y verde iridiscente, y otras veces bandas alternas en blanco y negro. Sus ojos son rojizos. El pico es oscuro arriba y rojo abajo. Y tanto hembras como machos poseen una apariencia similar.
En la isla de Cuba y cayos adyacentes habita la subespecie Priotelus temnurus temnurus; y en la Isla de la Juventud, la Priotelus temnurus vescus. Vecinos de Topes de Collantes confirman que la alimentación es a base de insectos, flores y frutos, abundantes en este sitio con altura máxima de 800 metros sobre el nivel del mar, clima fresco y humedad relativa favorable.
Anida de abril a julio en los huecos de los árboles recién abandonados por pájaros carpinteros, y pone entre tres y cuatro huevos, que incuban ambos ejemplares de la pareja, del mismo modo que alimentan a la descendencia.
Para descubrirlo se depende solo de su sonido onomatopéyico “tó-coro”, y de algunos ladridos roncos, cloqueos y murmullos, menos frecuentes.
Suele permanecer largo tiempo en la misma rama, aunque despega cuando se le perturba o para tomar alimentos mediante el vuelo, que es corto, ondulado y algo ruidoso. No se adapta al cautiverio, en el cual sobrevive muy poco. Pierde en este caso su bello plumaje y, por tanto, todo su atractivo.
El que se le haya declarado Ave Nacional de Cuba se debe a que posee los colores de la bandera del país, no tolera el cautiverio y quizás debido, también, a que posee hábitos equiparables a los de la fraternidad humana. Para descubrirlo en sitios de fronda alta y abundante, solo la paciencia y la constancia pueden más que su hábitat y las precauciones y características del pajarillo.
Debido a la persistencia lo descubrí al cuarto día de intentarlo en un eucalipto próximo al sendero por donde transitaba yo, y ahí permaneció mientras lo observaba. En la vida solo había visto otro, a los cuatro o cinco años, una tarde en que mi padre me adentró en un bosquecillo próximo a nuestra vivienda. Me maravillé.
“¿Qué pájaro es ese?”, le pregunté entonces y él me explicó.
Esta vez tenía ante mí un ejemplar tal vez más pequeño, o percibido así por ser mayor yo. Pero nuevamente me asombré. Lo contemplé largo rato, hasta cuando logré salir de aquellos recuerdos, cuando mi padre ya no está, y yo he perdido una porción de la capacidad de asombrarme.
Quizás el medio urbano enajene en cierto sentido.
En Cuba son escasas las especies agresivas, como no sea el cocodrilo, que no se encuentra en Topes de Collantes. La de mayor rareza es el majá, una especie de boa cubana, de dimensiones modestas entre sus similares de otros países. No ataca al hombre, sino a la inversa, y se escapa de él apenas se le amenaza. Pero especies que provoquen la muerte o daño severo, no existen.
De todas las existentes, el tocororo es la más admirable y respetada, pues, desde los primeros grados de la universalizada enseñanza hasta los superiores, se trasmite esa actitud. No sucede lo mismo con otras aves menudas, a las cuales ahora se caza menos.
No deja de ser una buena noticia, aunque podría ser mejor. Para no sorprendernos tanto por el hecho tremendo de solo haber visto dos tocororos en una vida que ya no es corta.
Cazar estas aves debiera ser pecado.

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