Por Ernesto Montero Acuña
Nicolás Guillén dejaba de par en par abierto su corazón oscuro a la Unión Soviética, país que consideraba camino seguro hacia lo que debía ser “el puerto” de la justicia, esa metáfora en la que encontraban refugio sus ideales de hombre y de poeta.
Vladimir Putin ha ganado las elecciones recientes con casi el 64 por ciento de los sufragios, seguido en los votos por el candidato del Partido Comunista de la Federación Rusa, Guennadi Ziuganov, quien obtuvo algo más del 17 por ciento, en unos comicios cuya limpieza fue defendida por observadores. Entre los dos se adueñaron del 81 por ciento de los sufragios, si bien con diferencias en sus proyectos políticos.
El éxito lo anunciaba así la prensa rusa al día siguiente:“Putin gana con amplia mayoría pero la oposición denuncia fraude”, extremo este último refutado por el hecho de que el mandatario vuelve a la Presidencia al ganar consistentemente en la primera vuelta. Según los medios, Putin asumirá así el retorno a la máxima magistratura y Dmitry Medvedev al premierato.
Se mantiene un escenario de continuidad y cambios, en el cual se auguran modificaciones de las condiciones sociales para los ciudadanos de la Federación Rusa y un sólido protagonismo de este país en el escenario internacional, algo imprescindible para los avances en el precario y muy tenso equilibrio global. Sin embargo, en el “Norte funeral” que decía Guillén, la respuesta adversa fue inmediata.
Se quiera o no, Rusia es una consistente heredera de aquella URSS que logró avances considerables para toda la humanidad, incluida su decisiva victoria sobre el fascismo hará en mayo 67 años. Sin embargo, se observa en Occidente una preocupación obvia en momentos de agobio por una situación económica en declive, contradicciones sociales agudas y perspectivas de apelar aún más a la violencia para sostenerse, en precario.
Vienen a la mente ahora algunas consideraciones escritas el 8 de diciembre de 2006, a propósito del XV aniversario de decretada la desintegración de la URSS. Según analistas, Boris Yeltsin, bajo la premisa de que las leyes rusas tenían precedencia respecto a las soviéticas, aplicó en la referida fecha, junto con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia, el golpe de gracia al sistema, al anunciar unilateralmente que la URSS dejaba de existir, hecho que ocurrió formalmente el 21 de diciembre de 1991.
De este modo la millonaria extensión de territorio, riquezas y habitantes que fue la URSS se transformó, de ideal, en reto para retornar a “un” nuevo puerto. Con los años, la Unión Soviética ha devenido historia y en otros casos añoranza. Pero lo que un día retro rodó, en otro puede retornar, bajo otras formas, posiblemente más cerca que lejos.
A propósito de lo que digo, desde hace seis años mantengo a mano dos textos. Uno, el poema Unión Soviética, de Nicolás Guillén, algunos de cuyos versos citaré; el otro, un más prosaico despacho de prensa de una agencia de noticias no calificable, antes, de filo soviética, y ni siquiera de pro rusa, luego. Primero un fragmento del poema, que rescata la memoria:
………………………………
En nuestro mar nunca encontré (1)
piratas de Moscú.
(Hable, Caribe, usted.)
Ni de Moscú tampoco en mis claras bahías
ese ojo-radar superatento
las noches y los días
queriendo adivinar mi pensamiento.
Ni bloqueos.
Ni marines.
Ni lanchas para infiltrar espías.
¿Barcos soviéticos? Muy bien.
Son petroleros, mire usted.
Son pescadores, sí señor.
Otros llevan azúcar, traen café
junto a fragantes ramos de esperanzas en flor.
Yo, poeta, lo digo:
Nunca de allá nos vino nada
sin que tuviera el suave gusto del pan amigo,
el sabor generoso de la voz camarada.
Unión Soviética, cuando del Norte funeral
un áspero viento descendió;
cuando el verdugo dio
una vuelta más al dogal;
cuando empezó su trabajo el gran torturador impasible
y nos quemó la planta de los pies
para que dijéramos: “Washington, está bien,
elévanos hasta ti”;
para que dijéramos lo que no íbamos a decir,
salió tu voz sostenedora, tu gran voz
de la fábrica y del koljós
y de la escuela y del taller,
y gritó con la nuestra: ¡No!
Con esto basta para fijar el contexto y reconocer la evocación válida de aquella etapa y de aquellas relaciones y de un contexto actual que parece más promisorio que el momento del suicidio, no inmolación, ante un poder imperial que se mantiene insostenible.
Mas, ahora viene lo que no es nostalgia, sino aguda realidad presente en la mayor parte de aquella URSS, pero cuya necesaria aspiración esencial pervive, como refleja este despacho de AFP, de hace seis años, al que objeto el calificativo “desapercibido”, pero el cual respetuosamente transcribo al pie de la letra:
El 15 aniversario de la caída de la URSS pasa desapercibido en Rusia
MOSCU, Dic 8 (AFP) – El decimoquinto aniversario de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) pasó casi desapercibido el viernes en Rusia, pese a que una gran mayoría de la población lo considera todavía un gran trauma nacional.
El 8 de diciembre de 1991, constatando el fracaso del comunismo y de la perestroika de Mijail Gorbachov, tres repúblicas soviéticas, Rusia, Ucrania y Belarús, firmaban la muerte de la URSS en un encuentro de sus respectivos dirigentes en un bosque bielorruso.
Las autoridades moscovitas, 15 años después, no organizaron ninguna celebración o manifestación particular. “¿Para qué celebrar este aniversario?”, se pregunta Natalia Kokoreva, un(a) jubilada moscovita de 60 años: “¡Una fecha así no se festeja, no hay nada de que alegrarse!”.
“Con la caída de la URSS, mi vida se hundió”, cuenta Eugeni, de 49 años, barrendero de Moscú. “Antes, yo vivía bien, podía ir de vacaciones, iba a la montaña. Ahora, no puedo ni siquiera visitar a mi hermano en Tver”, una ciudad a 250 kilómetros de Moscú, se lamenta este hombre de rasgos cansados.
Vera, de 27 años, reconocía también que el país resultó profundamente afectado por esos acontecimientos: “En otro tiempo, Rusia mantenía lazos muy estrechos con las repúblicas de la Unión”, explica la joven de forma enérgica.
Según un reciente sondeo del respetado instituto de estudios sociales Levada, el 61% de los rusos lamentan la caída de la Unión Soviética, mientras que sólo el 30% aseguran no tener nostalgia.
Los periódicos rusos se preguntaban el viernes si la desintegración de la URSS habría podido evitarse. El diario Komsomolskaia Pravda le dedicaba dos páginas completas, con el titular “Si Yeltsin se hubiera roto una pierna ese día, la Unión no se habría hundido”.
El diario Moskovskie Novosti contaba la versión popular de los hechos, que refleja la opinión general: “Los tres mujiks (los presidentes de Rusia, Boris Yeltsin, de Ucrania, Leonid Kravtchuk, y de Belarús, Estanislav Chuchkevitch) fueron de caza. Se divirtieron disparando y después se bebieron unos vasos de vodka en un pabellón de caza (…). Después firmaron ese documento histórico”.
Boris Yeltsin declaró el jueves en una entrevista al diario oficial Rossiiskaia Gazeta que la caída de la URSS era “inevitable”.
“Todos los imperios desaparecen. Es un proceso histórico inevitable que estaba ya escrito también para la URSS” afirmó el ex presidente, que dirigió el país de 1991 a 1999, modo en que concluye el despacho noticioso.
Los problemas nacionales corresponde resolverlos, por supuesto, a los nacionales de cada país dentro de sus condiciones. Pero los globales y de clase son comunes al género humano. De la misma forma que los imperios se sirven de nacionales de otros países en diversos escenarios, los trabajadores con su internacionalismo pueden continuar elevando su comprensión de que de ellos será –y siempre más– la última palabra.
Nicolás Guillén se sentía muy profundamente gratificado en aquel país, donde se le identificaba en las calles, decía; o lo exoneraban del pago de menudos servicios al reconocerlo o se le otorgaba el Premio Lenin en el multitudinario Palacio de los Congresos, de Moscú, o se le confería la Orden Bandera Roja del Trabajo Socialista, por citar solo algunos ejemplos.
Así que por Guillén y por los demás es reconocible la nota emitida el 8 de diciembre de 2006, a las 12:38, bajo la simbólica guía de Rusia-URSS. No se trata de nostalgia o añoranza, sino de la certeza de que existe “el puerto” al que cada quien arribará bajo nuevas formas y según su propio barco.
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(1) Fragmento del poema Unión Soviética, publicado en Tengo, en 1964, y que refleja la relación de la URSS con Cuba frente al imperialismo. (Tomado de Obra Poética 1958-1972, tomo II, p. 81, 2da. Ed., año 1974, Bolsilibros Unión.)
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